viernes, 20 de abril de 2007

El heredero



Decía el portero argentino Roberto Perfumo antes de un partido contra la selección brasileña de Pelé: “Al contrario que los demás, este tipo es capaz de hacerte la fácil, la difícil y la imposible”. Lo mismo debieron de pensar los jugadores de verde el otro día cuando Lionel Messi (Rosario, 1987) les había aplicado dos caños, cinco amagues, siete quiebros cerrados y un tratamiento de electrochoque en tres tiempos: toco, amago y me voy. Les retrató con la apresura del asesino y con la simplicidad de un muchacho.

Y es que nadie podía llevarse a engaño cuando Lionel Messi llegó iniciado el siglo XXI a la Masía encaramado en sus trece añitos, para perseguir una esfera hueca rellena de aire. Al poco de llegar a la academia de Barcelona ofrecía ya todas las pruebas imaginables sobre la utilidad de una pulga calzada con botas de fútbol. Algunos sospecharon que habían encontrado el insecto atómico, un raro espécimen de fuga capaz de transmitir a la pelota comportamientos sólo explicables en determinadas velocidades, superficies y dimensiones.

Los investigadores del balompié se apresuraron a teorizar sobre las causas de tal mutación. En ella parecía manifestarse el principio de adaptación al medio, un efecto secundario de la especulación del suelo. Las enormes haciendas de la Pampa habían sido violentamente sustituidas por los terrenos vecinales de San Cugat, y para sobrevivir, el joven tahúr debía de colonizar como nadie los espacios individuales y dominar las distancias cortas: debía de regatear en una baldosa. Así, los técnicos deportivos del Barça anotaron en sus informes que a aquel chico bajito y pálido le declararían una especie protegida.

Gente como Ossie Ardiles, Bochini, el Diego Maradona, burrito Ortega, Aimar y otros excepcionales ratones de armario se habían erigido en la prueba irrefutable de que el tamaño, en un campo de fútbol, no importa nada. Por eso saludaron sin reservas la llegada de Lionel. Este atleta diminuto, chaparro y vertiginoso no sólo reivindica la habilidad como forma de expresión; la acredita como cualidad principal en el trabajo dentro de la cancha.

Dijo Jorge Valdano en una entrevista anterior al partido de copa (“tiene interiorizada su condición de crack”) que si a él le hubiera ocurrido lo que a Messi, con esa edad, no sabría si ducharse antes o después de los partidos.
Hoy sabemos que Messi se duchó después. Enseñó una sonrisa tímida en el túnel de vestuarios, se retiró el flequillo de la cara y dijo modestamente, como si no fuera con él: “y qué sé yo… Por ahí, me fui al ataque, vi un hueco y marqué gol”.
Todo muy sencillo. Pelusa, ahí tenés tu heredero.



Capitán Akab


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