martes, 18 de noviembre de 2008

Gracias por fumar










Lo que más me gustaría ahora sería desaparecer. Escapar a otro lugar, mudar de recipiente, conquistar distintos amigos, nueva familia. Evaporarme de esta charca para que no puedan rastrear mis humedades en la caja de ahorros, ni en la agencia aseguradora, ni en la compañía distribuidora de luz. Aspiraría a rajar la ropa, dar de baja el correo electrónico, regalar los libros y hacer una hoguera con mis sillas Le Corbussier de piel de potro. Sería de valientes despuntar el bolígrafo, estrellar el utilitario contra el gimnasio y rasgar los inservibles títulos académicos. Dejar caer el televisor desde el balcón, pisar los cedés con las botas de montaña y sí, enviar a la papelera de reciclaje todas las copias de seguridad. Tendría su mérito. Bajaría de dos en dos las escaleras y saltaría el nombre del buzón con un destornillador. Con cada acción desanudaría un nudo de la trama de mi existencia y quedaría suelto, ligero, vacío de posibilidades… Me arrancaría mis virtudes como el que se arranca la piel a tiras.
He descubierto que la autodestrucción es una brillante forma de fracasar.



El Farolero

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