La película venía avalada (más que por la película hongkonesa) por su director. Martin Scorsese está considerado como uno de los grandes directores vivos. Además, ha realizado alguna película que se puede considerar en sí misma como una obra maestra de su disciplina. Si digo que Taxi Driver (1976) Toro salvaje (Raging Bull, 1980) o Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) son equiparables a las sesiones en el Savoy de Charlie Parker, al puente de Brooklin o a la Judith I de Gustav Klimt, no yerro el lanzamiento por muchas yardas. Por este motivo a Scorsese hay que tenerle, cuanto menos, un profundo respeto. Es un director al que le gusta mucho el cine, (de pequeño era asmático y su padre lo compensaba llevándolo a diario a ver películas), y eso se nota en sus trabajos. Tiene precisión en la conducción de la cámara. Maneja una extraordinaria soltura visual para contar las historias, escoge de forma impecable las bandas sonoras y aún por encima, aporta al lenguaje narrativo una evolución con algunos guiños de personalidad.
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Ahora bien, el hecho de que un jugador de baloncesto anote diez triples en un partido no lo convierte en infalible por todas las canchas. Scorsese vuelve a las malas calles con una historia de mafia un poco fría y con mucho humo. Abandona a la familia siciliana a la que pertenece y se pasa al bando de los irlandeses, que también pegan duro, pero son otra cosa más verde. La declaración de intenciones del director italo-americano se percibe en un plano de la película en el que Scorsese reproduce en una televisión El delator, (The informer, 1935), de John Ford.
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A la intriga, como si de un queso gruyere se tratase, se le encuentran agujeros por todas partes. Hay casualidades demasiado estiradas, como la de los dos topos protagonistas. Uno es el topo de la mafia en la policía y el otro es el topo de la policía en la mafia. Les dan vida Matt Damon y Leonardo di Caprio, dos actores tan prescindibles como intercambiables. Hay que afinar la vista para separar a los dos niñatos durante alguna de las secuencias en las que se arañan. El caso es que los dos personajes pertenecen al mismo barrio, se han criado en el mundo rocoso de la mafia, estudian en la misma academia de policía, donde juegan el mismo partido de rugby, después son destinados a la misma comisaría y en todo este proceso no reparan el uno en el otro, no se conocen. Por si fuera poco, con el tiempo comparten relación amorosa con la misma mujer, (una rubia lechosa) sin tampoco saberlo. Afortunadamente, la historia dura hasta antes de que los dos se decidiesen a comprar el mismo perro. En fin, que toda la trama está enfocada a mostrar la dicotomía a la que se enfrentan estos dos protagonistas, los peligros cotidianos a los que se ven expuestos y los conflictos psicológicos que se desatan de tanto estrés.
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La trama mantiene su continuidad dejando escaso margen al aburrimiento, porque ya digo que está bien rodada, pero se le advierten (como el mencionado triángulo amoroso o la sobredosis de teléfonos móviles) ciertos baches de intranscendencias. Son territorios conocidos, al fin y al cabo. Con desmedida duración, al final se incrementa el ritmo de la narración y el suspense de la historia para llegar al oportuno desenlace. Digo oportuno porque ya miré el reloj.
Lo mejor: Gime Shelter de los Rolling Stones a toda pastilla en el principio de la película. Una recomendación si te gustan este tipo de tramas es El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton. Una curiosidad que mide la talla de los premios cinematográficos yanquis: mientras que Scorsese no tiene ningún Oscar el memo de Damon sí, como guionista.
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Es mala la racha que atraviesa Martin. Después de sus últimas cuatro películas la cosa se pone fea. Pero yo, confío. Al final, nuestro Martin se avendrá a lo que conoce y regresará al barrio con los muchachos del Lower East Side, en Little Italy, donde le espera un mantel de cuadros rojos y un habano de contrabando. Aquí, él ya lo sabe, sigue siendo unos de los nuestros.
Guillermo T. Coyote.
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